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San Miguel, un laúd grande de 1899

El San Miguel: un laúd de grandes dimensiones de 1899 (o: el velero de los expedicionarios o aventureros)

A finales del siglo XIX, si bien ya navegaba algún que otro barco propulsado por calderas de vapor, la mayoría de las embarcaciones, principalmente las de pequeño y mediano tonelaje, eran veleros –laúdes, jabeques, pailebotes, polacras, bergantines, fragatas, etc. 

El laúd era la embarcación más sencilla de las que practicaban navegación de cabotaje, pero era muy marinera y muy nuestra. También se usaba y se usa para la pesca, actualmente como barco de recreo y, evidentemente, si eres de Santanyí, en aquella época y en otras, para el contrabando.

El término llaüt o llagut es de procedencia árabe, y si en un principio dio nombre a un instrumento musical, por su semejanza con la forma de este, también dio nombre a este tipo de barco. La palabra llaüt, con diéresis, era ya utilizada en la lengua franca de los marineros del Mediterráneo.

Antiguamente era conocido también con el nombre de falucho, y muy utilizado incluso por los corsarios, principalmente ibicencos y menorquines. Así mismo se le conocía con el nombre de barca de mitjana,  denominación típicamente catalana que en las Baleares cambiaba el nombre por el de llagut de mesana o llagut de tres velas.

Podían ir aparejados con uno, dos o tres palos o árboles. El trinquete a proa, el mayor en el centro y el de mesana a popa. Su aparejo característico consistía en una vela latina grande, la mayor, que se largaba mediante una entena formada por dos vergas sujetas con cuerdas, se izaba en el palo mayor, inclinado hacia proa, y se fijaba a la cruz. También desplegaban un foque en proa, y los que disponían de un palo de trinquete iban aparejados con una vela trinquete, y si tenían un árbol de mesana, con una vela de mesana que se cazaba en un batículo, un palo horizontal que salía de un costado de la popa. En el árbol de mesana se izaba la bandera. 

El Archiduque, en Die Balearen, pocos años antes de la aventura en barco de los miembros de La excursionista santañinera, da detalles de los laúdes que se utilizaban en esta época, y distingue entre el laúd de pesca, el laúd de pasajeros y el laúd costero. El San Miguel era, seguramente, un laúd costero, sin descartar que fuera un laúd de pasajeros, ya que prácticamente la diferencia estaba en el tonelaje. 

La tripulación de un laúd de estas características, cuando transportaba mercancías, podía llegar a ocho hombres. En este caso, ya que los únicos trabajos que debían realizarse eran los propios de maniobra y navegación, y como llevaba patrón y nueve pasajeros, tal vez la tripulación se reducía a la mitad, aunque no podían faltar ni el grumete ni, seguramente, el nostramo.

Podemos tomar como modelo y referencia uno de los muchos laúdes que transportaban naranjas desde Sóller, principalmente hacia Francia, el laúd Unión. J. Nicolau Bauzà escribió su historia, en la que incluye una fotografía de un cuadro del pintor de Marsella Louis Roux, ciudad donde solía recalar. Existe, también, en el convento de Sóller, un exvoto de este laúd capeando un temporal en el golfo de San Jorge el 19 de enero de 1891. Hay que destacar la importancia del comercio por mar entre Sóller y los puertos franceses del Mediterráneo durante el siglo XIX y su apogeo a finales de aquel siglo.

El autor describe con detalle y orgullo las características del laúd Unión, e imagino que nuestro San Miguel podría haber sido muy parecido, tal vez no tan grande: «[...] era blanco, valiente y muy marinero. Los hombres de mar disfrutaban contemplando su grácil silueta presta a saltar, como un galgo, sobre la cresta de las olas». Explica también que el interior estaba distribuido como todos; en proa, tres camarotes, y en popa, la cámara; y a cada lado de la cámara, otros cuatro camarotes. La cámara hacía, al mismo tiempo, las funciones de sala de estar y comedor los días de frío y lluvia, porque si el tiempo era bueno se comía en la zona de popa de la cubierta. Cuando se comía en la cámara se colocaba en el centro una mesa redonda en torno a la que se sentaban el patrón y los marineros. El muchacho, que solía comer a parte, se encargaba de servir la comida. Al cocinero se le llamaba «el comprador», y para cocinar solo disponía de un fogón de leña o carbón, que solía tener un asa a cada lado para sujetarlo cuando las olas zarandeaban el barco. Cuando navegaban bebían con un porrón, que se iban pasando el uno al otro. Utilizaban los cubiertos del barco, aunque cada marinero usaba siempre los mismos, que reconocía por la marca que le había hecho. 

En el fondo del barco iba el lastre y, sobre él, un piso de enramada, que lo separaba de la carga subdividida mediante cañizos a modo de tabiques.

La tripulación hacía guardia por parejas en turnos de dos horas. Uno en popa, sujetando la caña para gobernar el timón y seguir el rumbo señalado por el patrón; el otro, vigilando el aparejo y el horizonte. 

Para su construcción, el Archiduque explica que se utilizan materiales excelentes, pinos viejos resinosos de Formentor para el entablado y encina de las garrigas mallorquinas para el costillaje, aunque debe matizarse, ya que según algunos autores también se usaba madera de fuera. Si bien con la encina, que es muy fuerte, se construían principalmente la quilla, el codaste, la roda y las cornamusas, para las costillas y el forro se usaba pino del norte, y para la cubierta, pino mallorquín. Los árboles y entenas solían ser también de madera de fuera. Cada carpintero de ribera tenía sus preferencias y podía utilizar otras maderas, como el acebuche, tan abundante, u otras importadas como el roble, la teca o la haya.

Por lo que se refiere a nuestro laúd y conforme a las personas que iban a bordo, tal vez tuviera unos cincuenta palmos de eslora y unos cuatro metros de manga. La proa recta, típica de los laúdes, con rueda y caperol; y la popa, en vez de acabar en punta como la proa, redondeada. Seguramente era un laúd nuevo, ya que no creo que, para emprender una travesía como esta, con pasajeros tan acomodados, quisieran navegar en un laúd viejo con aromas a morralla. Es difícil, por tanto, que se tratara de un laúd dedicado a la pesca, aunque de vez en cuando se hubiera usado para salir a pescar. Así pues, lo dibujaríamos más bien como un laúd costero de carga, como ya he señalado. Para imaginar su aparejo tomaremos como referencia, por una parte, los laúdes de esta tipología que navegaban en aquella época y, por otra, la información que nos ofrece el Diario sobre las maniobras a vela durante la navegación y las entradas y salidas de puerto. Ya se ha dicho que un laúd podía llevar desde uno hasta tres palos con el aparejo correspondiente. No podía faltar el palo mayor con la vela latina, «la vela», que era la que de hecho propulsaba la embarcación. Si bien algunos llevaban trinquete, no creo que fuera el caso del San Miguel, ya que el trinquete, con su vela, se utilizaba en barcos más grandes o de pesca. En cambio, seguramente tenía un árbol de mesana, que también incorporaban los de pesca y muchos laúdes de cabotaje para combinar los trapos según los vientos y obtener así un mejor rendimiento. Y a pesar de que en el Diario no se mencione ni la vela de mesana ni la combinación de velas, ello no quiere decir que no llevara este palo con la vela enrollada, o que, simplemente, no se indique, si bien podría no aparejarlo. Igualmente pasa con el foque, del que no se habla, aunque seguro que lo izaba ya que mejora la navegación.

El hecho de que dispongamos de algunos dibujos, muy sencillos, de una embarcación, un laúd, con un palo mayor con la entena y la vela recogida –en el Libro de Caja del bolsero Llorenç Bonet y en otro documento, el Acta del Proyecto–, no significa que este sea el laúd San Miguel, ya que aparentemente parece un barco más pequeño, dibujado a efectos decorativos. Así pues, en conclusión, es probable que su aparejo consistiera en un botalón con un foque en proa, un palo mayor con vela latina, que en ocasiones izaba la mayor y en otras la pichola, y un árbol de mesana que tal vez no llevara la vela desplegada ya que no era necesario. Actualmente disfrutamos de una embarcación similar, la recuperada La Balear, que, si bien es un laúd, se armó como barca de bou en 1924 en las atarazanas de los hermanos Ballester de Palma, lo que la hace algo diferente; mide 13,95 metros de eslora y 4,56 de manga, y fue construida, en principio, para navegar a la vela y pescar en pareja. Va aparejada de latina, con un único palo, el mayor. Parecido es el caso del Rafael, actualmente en Palamós, construido en 1915 en las atarazanas Llompart de Palma junto con otro laúd gemelo, el Bartolomé, para la pesca de pareja. Tiene 12,90 metros de eslora, 4,40 de manga y 1,33 de puntal; desplazaba, originariamente, 14.99 TRB y arbolaba un solo palo con una gran vela latina. En proa izaba un foque o polacra con un botalón que salía por estribor de la roda. Actualmente lleva también un aparejo de mesana.
El San Miguel bien podría presentar una imagen parecida, con algo menos de manga y algunas diferencias, ya que probablemente era un laúd más bien de carga que de arrastre de bou con pareja. Iría, como he señalado, aparejado como barca de mesana.

El patrón, y seguramente también propietario, era Jaume Antich de Can Cavallot, o su padre, en aquellos tiempos una de las familias marineras más importante de Santanyí. Su padre, Antoni Cavallot, fue uno de los que se dedicaron a la pesca, como también los Fesols, pioneros en cambiar las redes por el contrabando. Acumuló mucho dinero y propiedades y una flota de siete barcas de bou. Jaume tuvo también una de las primeras parejas de barcas de bou de Cala Figuera, de nombre Primero y Segundo, con las que se dedicó a la pesca y al contrabando. 

Navegar aparejado con vela latina (o: navegar con el viento y el mar revueltos)

Surcar el mar con sus silencios y sonidos y sentir como respira el viento salado, únicamente se consigue navegando a vela. Así lo sugiere el poema de Ausiàs March, musicado por Raimon:

Veles e vents han mos desigs complir
faent camins dubtosos per la mar.
Mestre i ponent contra d’ells veig armar;
xaloc, llevant, los deuen subvenir
ab llurs amics lo grec e lo mitjorn,
fent humils precs al vent tremuntanal
que en son bufar los sia parcial
e que tots cinc complesquen mon retorn 
[...] 

Y si existe una vela propiamente mediterránea, esta es la vela latina, que permite navegar con todos los vientos, con los vientos cambiantes e imprevisibles de nuestro mar. Con esta vela se puede navegar, incluso, contra el viento, a diferencia de las cuadras, que solo pueden desplegarse cuando el viento es a favor.

El aparejo latino se ha utilizado en embarcaciones pequeñas y medianas y, en cambio, no es adecuado para las grandes, ya que manejarlo es una maniobra pesada para la que hacen falta muchos marineros. Así pues, las que más lo han aparejado han sido el jabeque, la tartana, los diferentes tipos de laúd y los botes.

Para navegar con este aparejo se iza la entena por un costado del palo hasta la altura conveniente y se extiende la vela, que tiene forma triangular. Si la vela queda a sotavento del mástil se dice que se navega ‘de la buena’ y si queda a barlovento del mástil, es decir, entre el viento y el palo, se dice que se navega ‘de la mala o de la bruta’. Si bien la velocidad es mayor cuando se navega ‘de la buena’, según el tiempo que se tenga es mejor navegar ‘de la mala’.

La entena puede moverse en distintas posiciones con relación a tres planos: vertical, o ángulo de incidencia; horizontal, o ángulo de altura; y el llamado de abertura o concavidad de la vela.

En una embarcación propulsada a vela, su buen manejo será lo que va a permitir que navegue mejor o peor, más rápido o menos, aprovechando la dirección y la fuerza del viento. La vela más importante para la maniobra de la que estamos hablando es la mayor, ya que foque y mesana son complementarias. Es importante tener en cuenta el ángulo que forman la vela y el viento, además de la inclinación de la entena. Para fijar la posición de la entena se utilizan cuatro cabos: orza a popa, davante, osta y escota. 

Las partes más importantes del aparejo de la latina mayor de un laúd son:

Entena: verga que sostiene la vela latina al palo mayor. En un laúd de estas características está formada por dos piezas unidas con lazadas muy fuertes (portuguesa): el car, que es la parte más baja y resistente, y la pena, la parte más alta y flexible.

Vela: tiene tres puños o extremos, el del car, el de la pena y el de la escota. La vela latina y su entena tienen tres movimientos en el espacio, a diferencia de otros tipos de vela, ya que se sostiene en un solo punto.

Cabos: la orza a popa es un cabo de grosor medio que tiene una anilla o lazo en el extremo inferior o car de la entena y que sirve para tirar hacia popa el car cuando se navega con viento largo o se quiere inclinar la vela. El davante o davant es un cabo que sujeta el car de la entena a la proa. La osta es un cabo más fino que los anteriores, atado al extremo de la pena. La escota sirve para dar forma a la vela. 

Lo primero que debe hacerse es izar la entena a un lado u otro del palo. Según de donde venga el viento, la vela latina se maniobra de diferentes modos, combinando los tres movimientos. También hay que distinguir entre la maniobra de orza larga, en la que la inclinación de la entena se va aproximando de manera progresiva hacia la horizontal mientras se va cayendo a rumbo de popa redonda, en el que se intenta sacar el máximo rendimiento a la vela y se maniobran los davantes y la orza a popa para situar el car en el mejor ángulo de incidencia del viento; y la de orza corta, en la que la inclinación se mantiene invariable y se aguanta la entena y la vela tan vertical como sea posible con el car sobre la cubierta por el lado de barlovento. 

A fin de que un laúd u otra embarcación a vela naveguen bien, para aprovechar el viento al máximo, según el ángulo con el que entre, hay que mover la entena hacia una u otra posición e izar la vela a más o menos altura, cazando o soltando cabos, de tal manera que la vela no esté ni demasiado cerrada ni demasiado suelta, ni flameando ni acuartelada o encarada al viento. Según de donde sople, se puede navegar a diferentes rumbos en relación con la dirección del viento:

Cerrados:

  • Ciñendo: cuando la embarcación navega en dirección al viento, hasta 45º (4 cuartas) a uno y otro lado respecto a su dirección, de este modo lo recibiremos por la amura de babor o de estribor, ya que si navegáramos de proa cerrada no avanzaríamos.
  • De bolina: cuando se navega contra el viento, abiertos entre 45º y 67º (6 cuartas).
  • A un descuartelar: el ángulo que forma la dirección del viento con el rumbo del barco es de 67º a 90º (8 cuartas).
  • Al través o a la cuadra: cuando recibe el viento perpendicular al rumbo, es decir, con un ángulo de 90º respecto a su dirección.

Abiertos:

  • Largo: el viento no es totalmente perpendicular, sino que entra por la aleta de babor o de estribor, hasta un ángulo de 135º (12 cuartas) con la dirección de la proa.
  • De media popa o por la aleta: navegando con un rumbo en el que se recibe el viento en dirección entre el largo y de empopada.
  • En popa o de popa redondo: el viento entra de popa, abiertos totalmente. 

2 Velas y vientos cumplan mi desseo, / harán caminos por la mar dudosos. / Contra el Maestre y el Poniente veo, / Levante y el Xaloque muy furiosos, / con Griego y Tramontana, que bien creo / le ayudarán con ruegos amorosos, / porqu’estos cinco soplen de manera, / que buelva yo do siempre estar / quisiera. Traducción de Jorge de Montemayor, quien, en el siglo XVI, tradujo del lemosín al castellano las obras de Ausiàs March.